Hace tanto tiempo que ese sentimiento no estaba en mi cuerpo, esa sensación de paz y tranquilidad. Ahora que lo pienso creo que jamás tuve esa sensación en mi... es tan confuso.
Mi vida transcurrió en el paradero, aquel lugar que servía de refugio a los peregrinos en camino a Veritas, aunque antes no se le conocía por ese nombre. Los peregrinos buscaba el consejo de su sabio señor y cuando volvían decían que su largo viaje había valido la pena; qué sabía un niño en ese entonces.
Es difícil creer que un grupo de hospitalarios se hayan tomado el tiempo para criar un huérfano que apareció a las puertas de su monasterio, al menos el viejo hermano Kallen lo cuenta así. No tiene razones para mentirme ni yo razones para desconfiar de él. Mi origen es este, mi vida está aquí, mi pasado no es de mi incumbencia. Mi vida comenzó al abrirse esas puertas.
Luego de unos años, fui tomado bajo la protección de Basten, caballero del segundo círculo de nuestra Orden, y con el paso del tiempo la palabra padre salió de mis labios con profunda naturalidad de la misma forma que la palabra hijo era pronunciada por él. Una firma de documentos oficiales y ante los ojos de la Orden (y por ende, ante los ojos de la corte a la que pertenecía por su origen noble) me nombró su heredero real (Cuánto extraño a padre ahora, cuanto pesa el nombre de su casa sobre mis hombros...)
Basten me trató como al hijo que nunca tuvo, su retiro de la corte hacia la Orden le privó de tales bendiciones, y en cierta forma egoísta agradezco de corazón por la oportunidad.
Qué hace un infante en una construcción que es a la vez campo de entrenamiento militar, oración, y curación? Esas respuestas vinieron con los años. Conforme los juegos acababan las responsabilidades fueron en aumento, pronto fui ayudante en los establos, luego a mi cargo estaba el bienestar de las monturas, aunque nunca como los hermanos que tenían esos deberes.
Basten me educó como si yo fuera también de sangre noble, enseñándome las maneras y comportamientos de las personas de rango y clase. Las peregrinaciones no solo eran llevadas a cabo por pobres y necesitados, en el paradero uno observa que incluso los nobles requieren del consejo del señor de Veritas. Nuestro deber era asegurarnos de la cómoda estadía de esos nobles que alguna vez compartieron con Basten, pues de ellos provenían las donaciones que financiaban el lugar y nos permitían atender a los necesitados.
El entrenamiento en combate pronto se volvió una de mis actividades favoritas, no solo los rezos y deberes de un lugar como paradero. Los hermanos que iban de custodia llegaban con relatos de aventuras en tierras lejanas, y su regreso siempre estaba cargado de alegría y buenas charlas a la mesa. Pronto manifesté mi deseo a padre de unirme a los escoltas, y el estuvo de acuerdo; fue uno de los días más felices en toda mi vida.
El entrenamiento es duro y constante, las privaciones prueban no solo la resistencia del cuerpo, sino de la misma voluntad. Ser un hospitalario es un deber, más que una vocación, se tienen que manifestar del alma misma, como un llamado.
Ha llegado el momento de tomar los votos de la hermandad, y la ceremonia resulta ser una de las más emotivas que jamás se hayan llevado a cabo en el paradero. Aquel niño que apareció a las puertas del lugar saldría de nuevo, como uno de ellos ahora que se había convertido en hombre. Mi primera armadura y mi lanza... mi yelmo, mi tabardo y mi espada. Había comenzado mi búsqueda para convertirme en un hospitalario.
Mi primer viaje de custodia ha resultado ser una experiencia tal que el recuerdo de esos días aún me impresiona. Dasten me requirió como parte de la caravana ya que el quería presentarme ante la corte del rey, como era su deber con todos aquellos que habían prestado juramento a la Orden.
Antes de entrar, los nuevos hermanos y yo oramos en el templo de nuestro dios, siempre al amanecer, siempre a la primera hora de la mañana. Ese día el aire se tornó helado, como si el presagio de un mal augurio se manifestara. Además, mi antebrazo comenzó a arder, como si de acercarme un fuego se tratara, cosa extraña para mi, desde que yo recuerde el fuego jamás significó una amenaza.
Al mediodía la ceremonia de presentación ante la corte tendría lugar, y conforme avanzábamos hacia el trono podía ver el lujo del que los nobles se rodeaban... ¿Cuántos pobres podrían ser ayudados?¿Cuántos hambrientos podrían recibir refugio?
El rey nos recibió, Basten presentó a cada uno de nosotros, y el orgullo que sentí cuando el me presentó como su hijo me significó tal nerviosismo que de no ser por la estricta educación de padre le hubiera ocasionado una mala impresión de ambos al rey.
Fuera del salón del trono, en el gran salón convivía la corte, ahí estaban los miembros de la Orden haciendo guardia como nuestro deber lo reclamaba mientras padre y yo entablábamos relación con los nobles, curiosos de conocer al hijo desconocido del señor de la casa Nuindagor.
De pronto un escozor recorrió mi brazo, igual que durante las oraciones matutinas, solo que esta vez fue tan intenso que tuve que excusarme y retirarme a un lugar en solitario. Padre me alcanzó en solo unos momentos, había notado mi dolor y sabía que eso no era algo común en mí por haber gozado desde siempre una muy buena salud.
Retiré la parte del brazo de mi armadura y descubrí el antebrazo, en el estaba una marca, antes de que pudiera interpretarla padre dijo: "Te concedo el poder de ver a tus enemigos por lo que hay en sus corazones". Una de las promesas de nuestro dios registradas en nuestros libros sagrados, escritas en el lenguaje de los cielos.
"Con tu bendición lo que engaña a mis ojos no escapará a la vista de mi alma" respondí con devoción al mismo tiempo que padre, como era nuestra costumbre. La marca desapareció desvaneciéndose en mi piel como arrastrada por un viento inexistente.
"Vamos hijo, el deber nos llama", dijo Basten dirigiéndose al gran salón.
No tomó mucho tiempo para darme cuenta que mi vista había cambiado, ahora podía ver a la gente por lo que había en su interior, por lo que dictaban sus acciones. Y padre y yo pronto vimos a aquellos cuya sombra de maldad los urgía a derramar sangre.
Justo a tiempo llegamos para impedir el asesinato, justo a tiempo para dar oportunidad a nuestros hermanos de la Orden y la guardia real de poner a salvo a los miembros de la corte y capturar a los perpetradores. No tan rápido para que pudiera esquivar el golpe que ahora me tiene en el suelo.
El ambiente es tibio y la luz lo invade todo, la tranquilidad es perturbadoramente familiar.. es confuso, ya que se siente como si, luego de muchos años... hubiera vuelto a casa.
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